La sonrisa etrusca. Actividad del Club de lectura, martes 01 de Diciembre 2020.

Reseña por José Alfaro

Jose Luis Sampedro (1917-2013) fue un gran economista y un magnífico escritor. Lo primero lo supo capitalizar con cargos de responsabilidad que ocupó en los gobiernos de entonces, aquellos en importantes entidades bancarias, y otros en universidades de España, RU y EEUU. Lo segundo la traducción a múltiples lenguas de su obra literaria en las que combina, la poesía, el ensayo y la novela, recibiendo por ellas el reconocimiento oficial de codiciados premios literarios, de nuevo a nivel nacional e internacional. Más allá de todo eso, Sampedro fue un humanista, un hombre justo, sabio y querido por propios y extraños. 

Dentro del grupo de RHXI decidimos leer su más famosa novela, “La sonrisa etrusca”, propicia a un debate sobre su protagonista, Salvatore Roncone, un modelo de masculinidad hegemónico. 

Salvatore, coetáneo a su creador, se encuentra en la última etapa de su vida, con un diagnóstico terminal de cáncer como acompañante hacia la muerte. Por ello decide salir de su Rocasera natal (en la montaña al Sur de Italia), a cuidar de su bebé nieto en el rico y norteño Milán. Esperando a su hijo en un museo, queda maravillado ante la estatua de dos amantes etruscos cuyas posturas y rostros le devuelven sensaciones que quizá nunca habría vivido. En su confusión, alcanza a saber que le ha gustado esa sonrisa, comenzando así la metamorfosis inconsciente que experimenta en este último viaje de su vida.

Como buen patriarca hegemónico Salvatore polariza sobre sistemas simples y binarios en cuyos extremos está la idealización sublime y la demonización más cruel. En esos planos se mueven lugares, gentes, aconteceres e ideas. El chovinismo de Rocasera y el rechazo de Milán, su amigo Ambrosio y su enemigo el Cantanote, su enamorada Hortensia y su nuera Andrea, la tienda de ultramarinos de la Sra. Magdalena y la de la ”ladrona amiga de su nuera..”. En su relato, nos regala perlas racistas “..más falso que el oro de un gitano…”, homófobas, “..dan ganas de rajarle la cara a todos, por maricones…”, sexistas “…para eso están las mujeres…”, etc. Esta perpetua necesidad de poner “orden” a través de la judeocristiana culpa sobre la espalda de la otredad, denota el miedo y la inseguridad característicos de este modelo de hombre, cuya visión de la vida no va más allá del diámetro de su ombligo, por lo que pretende limitar a los demás tanto como lo hace él consigo mismo.

La precariedad con respecto a quién es como hombre, lo expresa el Sr. Roncone en esa necesidad perenne de mostrar su masculinidad, bien sea a través de una hazaña del pasado, una amenaza a alguien, el tamaño de sus genitales, o los de Brunetino ”…su sangre, sus huesos…”, o su ”…cumplir como hombre…”. 

En torno a ese eje falocéntrico y sexuado, se enorgullece de haber “desvirgado por venganza a la Concheta..”, sobrina del Cantanote. Nunca supo entender qué le faltaba al amor de su vida, no la ausente madre de sus hijos (oficiales), sino la omnipresente guerrera Dunca. Asistimos a la normalización del secuestro de una moza deshonrada, “..los padres las crían, pero para otros…” Una violencia sexual y de género que convive en su relación con las mujeres, reducidas a virtudes o defectos corporales, coronados a veces por la fuerza, la maternidad y la bondad. 

Su relación con los hombres se muestra igualmente limitada empezando por aquella con su hijo Francesco, segunda ausencia destacable en la novela que habla por sí sola pues desde que marchó a Nueva York no sabe nada de él. Su otro hijo varón, Renato, el padre de Brunetino, su único nieto, no está a la altura de sus expectativas, “…Renato de niñero qué vergüenza, en este Milán los hombres no tienen lo que hay que tener…” Sin embargo siente un amor descrito por el torpe abrazo de despedida a su amigo Ambrosio, partisano que luchó contra los nazis, alguien afín a niveles que posibiliten alimentar su ego, otra característica de este modelo de ser hombre que idealiza todo aquello que se acerca al YO, mientras que lo que se aleja despierta sospecha, da miedo, produce ira o merece yugo, hoguera o destierro. 

Sampedro utiliza maestralmente el lenguaje y nos adentra poco a poco en el bullente interior de este peculiar personaje que se prepara para morir asomándose a la vida, no sea que se le escape sin palparla. Efectivamente, lo sobresaliente de la novela es la metamorfosis experimentada por este patriarca macho alfa, gracias a esa ventana de vulnerabilidad abierta por la enfermedad terminal que padece unida a su etapa vital. Ésta es la vía que permite que Milán se convierta en la puerta abierta ante todo lo negado como ser humano en pos de su masculinidad. Entre otras cosas, Milán le regala ese abrazo a su amigo Ambrosio, la ternura de oler a su nieto, una sexualidad bella y distinta alejada de lo coital, la paternidad que jamás imaginó, y la satisfacción de cuidar que nunca practicó.

En el debate unos pusimos el foco en unas cosas y otros en otras, destacando entre ellas por ejemplo el trozo de su pensamiento cuando al cuidar a Hortensia de un enfriamiento dice “…por qué no lo habré hecho más, esto de cuidar así. Y cómo lo iba a saber yo, si me cuidé a puñetazos contra todo…”, donde Sampedro pone blanco sobre negro la construcción de género aplicada al modelo de masculinidad hegemónica. Coincidimos en destacar la importancia de encontrar sonrisas etruscas, “bizantinas o godas…”, llaves de cambio de esta masculinidad tóxica que nos oprime a todas, y a muchos. 

Finalmente cabe subrayar la normalización social del apoyo que reciben los Salvatore del mundo, por parte de personas cercanas, bien sea por amistad, consanguineidad, compañerismo o vecindad. Tanto hombres como mujeres, debemos reflexionar sobre nuestra contribución a la construcción de estos personajes que consiguen su público dando “una de cal y otra de arena”, y jugando con las debilidades ajenas. Algo tan presente en los discursos de nuestro congreso, como en el supermercado, la universidad o la escuela. Así, Renato, hijo de Salvatore, al ver la muerte en los ojos de su padre dice  ”aquel hombre fue el cielo en sus alturas, huracanado, arbitrario, implacable a veces pero también generoso, creador, benéfico. Se aferró a la vida con abrazo de oso, la vivió a bocanadas y se apaga esa hoguera…”. Hoguera que, conviene no olvidar, dependiendo de la posición en la que te encuentres, igual da calor que achicharra.

Jose Alfaro