DE PALABRAS, SIGNIFICADOS y hechos

 

En un canal de podcast que desmitifica “el sueño americano” (Aló Miami), escuché que el significado históricamente putrefacto de la palabra “nigger” (negro), por cómo se ha usado contra las gentes afroamericanas, provocó que su sonido diera tal dolor de oídos que las gentes de ese país, en su conjunto, la declararan impronunciable y, en consecuencia, buscaran una fórmula de resignificación. Hoy día, en ese país, y quizás por el poderoso racismo que sigue campando a sus anchas, está aceptado y generalizado referirse a ella como the N word (la palabra N). Un ejemplo curioso de cómo las palabras van cambiando su significado y se adaptan a los tiempos y las gentes que las reproducen, las viven.

En mi experiencia berlinesa, de 1989 a 1992, fui testigo en primera fila del poder de la resignificación de las palabras, aunque con un ejemplo diametralmente distinto al anterior. En la lengua de Goethe aprendí un millón de cosas, quizá la más valiosa fue que yo era SCHWUL, que significaba algo muy distinto a su equivalente cervantino: MARICÓN. Los alemanes orgullosamente hablaban de Schwulenbewegung, Schwulsein, Schwulkampf… o movimiento maricón, el ser maricón, o la lucha maricón (el gay inglés se usaba poco, y ni rastro todavía del LGTBIsmo). El caso es que a mis veinti-pocos años, ni un solo rizo de quien yo era se sentía indigno, sucio o despreciable al decir, cada vez que se encartara, “Ich bin Schwul”. Algo muy  contrario a lo que sentía en la tierra del Cid Campeador al decir: “yo soy maricón”.

A la luz de lo que tristemente acontece con la palabra “maricón” en la lengua de Lorca, pareciera que poco haya cambiado treinta años después. Esa magia de orgullo que habría de suscitar la palabra “maricón”, permanece ausente en nuestra cultura, aún cuando contamos con honrosísimas excepciones como las de mis ídolos Bob Pop, Roy Galán o Mr. Avelain. En sus bocas, con inteligencia y mucho arte, la palabra “maricón” sube el listón de la significación, a golpe, eso sí, de mucha pluma fina y gruesa. Efectivamente, ellos dignifican y reivindican a plumazo limpio, lo cual es maravilloso, pero hace que me pregunte, ¿en mi tierra el ser maricón solo se entiende a partir de la pluma? Y aún más, ¿seguimos sintiendo como malo o sucio ser maricones? Si así fuera, sería algo que ni puedo compartir, ni comparto, pues tan maricón de España es uno con pluma, como uno sin ella; uno con corbata, uniforme militar, mono, toga o sotana, como uno con pareo o faldas. Tan malo y tan bueno es ser un hombre maricón, como uno machote. Tan bueno, malo o regular es, en el sexo, penetrar, o ser penetrado, (que eso de activo y pasivo se lo miren quiénes así lo describen). Tan bueno, tan malo, y tan regular es ser pelirrojo, moreno, castaño, que te gusten las lentejas, el cocido madrileño, y muy madrileño, o que te den arcadas nada más olerlo. Otra cosa será el valor que le damos a hechos concretos, lo cual sin duda es una decisión personal, encuadrada en un contexto social con tendencias  colectivas, a veces acertadas y saludables, otras prejuiciosas, erradas y tóxicas.

Introducida ya la toxicidad, lanzo al viento, a modo de racimo, algunas preguntas dirigidas a este tipo de neandertaloide homófobo, criatura débil donde las haya, sufridor entre sufridores, que anda por ahí a la busca y captura de un maricón que zurrar para poder sentirse hombre. ¡A ver cariños. ¿Qué os inquieta, os atormenta, os perturba..? ¿Pensáis cuando golpeáis a grito de “maricón” que acaso dignificáis vuestra masculinidad? ¿Os indigna qué no sigamos al pie de la letra los mandatos de género impuestos a partir de nuestra genitalidad? ¿Qué nos rebelemos delante de vuestras jetas y restringidos cerebros vía pluma, u otras vías? ¿Estáis con tías, mientras soñáis con tíos, y la frustración que tal cobardía os produce, la convertís en ira contra gentes valientes…? ¡A ver cielos…!

Que en la tierra de Almodóvar y Pedro Zerolo, la palabra “maricón” muestre aún restos del casposo significado que pretende arrancar dignidad a quien se le señala con ella (nótese el aumento del 42% en los delitos de odio por esta causa), es algo que como sociedad nos lo hemos de hacer mirar, quizá con una resignificación de la palabra “maricón”, tipo…, “la palabra M”.

Una nueva mirada que necesariamente atraviese gentes, espacios, tiempos y significados, me devuelve nítidas tres cuestiones:

  • La necesidad de que las palabras cambien su significado a ritmo de los cambios sociales que las heredan.

  • La fuerza de la sociedad para dotar de significado una palabra, unido al poder de las gentes de forzar con ello modificaciones del contexto en el que vivimos.

  • Lo distinto que la geografía y la historia hace de ese concepto de “las gentes”, pues no fueron las mismas gentes aquellas que votaron a Hitler y callaron sus crímenes, que aquellas del mismo territorio que se avergonzaron de ello, pidieron disculpas al mundo, y le dieron un trato adecuado a su propia memoria histórica, dando así espacio a la honrosa dignificación de quienes fueron vilipendiados y masacrados. Ya quisiéramos otros…

El pueblo alemán en su conjunto, presionado por la comunidad G (excluyente aún de LBTIQ), transformó en plena época de guerra fría y muro, una palabra peyorativa en positiva, colocándola además con orgullo, en la locomotora de uno de los más importantes convoyes reivindicativos de la igualdad.

Esto lo hacen otras gentes también, tal y como lo corroboran los británicos, que para muestra un botón a modo de frase proveniente del Norte de la región, y a la que incluso le han dado contenido a través de una serie de televisión muy popular que conoceréis, (As) Queer as Folk (1999); esta frase significa (Tan) “extraño como la gente”, lo cual produce un juego de palabras a partir del significado de Queer en su doble acepción de “extraño” y “Gay”(también de la época), normalizando así el hecho de ser Gay, no más extraño que ser “Folk” (gente). ¡Me encanta!

Retomando el pueblo y la historia estadounidense, hay que decir a su favor que con the N word  decidieron dignificar a sus gentes afroamericanas recordando siglos de vejación y exclusión así como el problema interracial vigente, y el consecuente racismo que, por desgracia, pervive aún hoy. Para ello, una mayoría suficiente de gentes giraron el significado de una palabra, consiguiendo poner en evidencia a quien la usa, en lugar de a quien se pretende señalar con ella.

Esto es lo mínimo que le debería ocurrir a las indignas gentes españolas, y muy españolas (falso que sean migrantes), que gritan ¡MARICÓN!, con el fin de sentirse superiores a otras gentes. Ya sería de orgullo patrio, con golpe de pecho incluido, si los indignos pescadores políticos que intentan sacar ganancias de estos ríos revueltos, pagaran tal mezquindad con votos; único modo de que las gentes de España obliguemos a sus señorías a dignificar la política como condición sine qua nom, para ocupar las instituciones que nos representan a todos, todas y todes, ¡maricones incluidos!

Leía hace poco en un mensaje de esos que se hacen virales en whatsapp, que quien quiera saber si es IMBÉCIL, solo tiene que corroborar que le molesta más una denuncia falsa que 742 verdaderas; pero aún más, se auto-aupa un peldaño al honroso lugar de GILIPOLLAS, si nunca reaccionó ante ningún ataque o agresión, y lo hace ahora ante una denuncia falsa. ¡CH de chapó para quien se le ocurrió la comparativa!

Ya que os he liado aquí con el poder de las letras y las palabras y sus significados para quienes las vivimos, otra preguntita, así como el que no quiere la cosa, ¿para cuándo nos vamos a movilizar los hombres de este país con respecto a la palabrita “masculinidad”? Lo digo porque avanzamos en el tiempo y no conseguimos desprendernos del tufo que desprende dicha palabrita.

¡Chicos! ¡Metámosle mano a esto! Según mi nueva tesis de pacotilla, si nuestra M de maricón y la M de masculinidad, a nuestras gentes del siglo XXI les siguen sonando a rancio abolengo, convendría que pulsáramos el botón de centrifugado de la N, no de NIGGER, sino de NEURONA, que de vez en cuando hay que replicarlas y moverlas para proporcionarnos así los cambios que nos merecemos.