LOS HOMBRES Y EL MENFULNISSMO DE PACOTILLA

A través de un curso intensivo de atención plena, o mindfulness, hago en la actualidad una incursión en el mundo de la observación del pensamiento, las emociones y las sensaciones corporales. Con ello, me doy perfecta cuenta de cómo esta práctica ayuda no solo a gestionar nuestra cotidianidad, sino también a entendernos un poquito mejor.

El mindfulness por sí mismo, no proporciona una vida distinta a la que nos permiten nuestras circunstancias y capacidades, pero sí nos da la posibilidad de percibirla de un modo distinto. Abre la consciencia y activa la presencia en el aquí y el ahora, ofreciendo una perspectiva distinta a nuestra experiencia vital. La práctica de esa consciencia observante nos permite tomar decisiones cuya aceptación pueda resultar menos desalentadora, menos confusa; alivia de hecho el estrés diario en la medida en que nos enseña a aceptar nuestros malestares, así como a reconocer nuestros privilegios.

Lo cierto es que el automatismo al que nos empuja nuestro día a día, anula la capacidad de separarnos de una dinámica arrolladora, convencidos de que pararse no está dentro de lo posible. Esto nos invita a llegar a identificarnos con esa dinámica, a justificar sus continuas agresiones a nuestra propia salud (y la de los demás), e incluso a reivindicarla como una especie de orgullo hercúleo inherente a quienes somos. Este enfoque de vida orgullosa e hiper-productiva, cual armadura quijotesca que nos inmoviliza frente al cambio, es fruto de un corsé de género cuyo modelo hipermasculinizado pone gran peso del valor vital en la palabra “éxito”, para a renglón seguido, identificarlo con el verbo “poseer” bien sea cuestiones materiales (dinero, propiedades, vehículos, títulos…), como inmateriales (estatus, poder, popularidad, prestigio…).

Así comienza la ceguera crónica frente a cuestiones vitales propias de nuestro entorno más inmediato; la competitividad se convierte en herramienta cuyo uso atraviesa fronteras éticas que a la postre pierden valor frente al interés individual; al tiempo que nos ausentamos del ejercicio de la autocrítica por convencimiento de que el ESTAR, no tiene otra forma posible, y levantamos capa y espada en la defensa de la falaz idea de que el SER, no encuentra otras alternativas viables. Efectivamente, refugiados en la ausencia de opciones, es fácil dejarse arrastrar por todo ello, pero lo cierto es que nos equivocamos de cuarto a cuarto, porque opciones, haberlas haylas.

El escenario descrito nos sitúa frente a algunos rasgos característicos del modelo de masculinidad hegemónico, que he decidido llamar menfulness. El menfulness, por tanto, no es sino un concepto de pacotilla cuyo significado pretende ser “hombre a todo gas”, papel que desempeñan de mil amores seres con pene, u otros con vagina, igualmente encantados de conocerse. No obstante, a la mayoría les cuelga el pene entre las piernas y, con frecuencia simbólica, se refieren a él en cien expresiones que inflan ese valor masculino tan rancio, como actual.

Esta ocurrente tontería, puede sernos útil para reflexionar sobre hasta qué punto los hombres vendemos el modelo vital de “dejarnos arrastrar por la cotidianidad”, por el ”las cosas son como son…”, por el ”qué pollas vamos a observar…”, a partir de lo cual se deduce que no hay nada que cambiar a nuestro alrededor, aún menos, podemos nosotros cambiar nada de nada. ¿De verdad cero patatero que cambiar en un mundo instalado en el cambio…? ¿De verdad que elegimos lo fácil de no cambiar y convertirnos en cenutrios integrales, en vez de lo difícil de cambiar y, adaptarnos, renovarnos…?

El mindfulness me ha permitido observar el pensamiento recurrente en mi, viendo pasar como nubes en un cielo grisáceo, una detrás de otra, verdaderas bombas de testosterona, cuya prescindibilidad puede aliviar con creces mi vida haciéndola más ligera, más interesante. Me doy cuenta cómo esos pensamientos activan emociones cuyo origen reside en masculine land. Vuelvo a darme cuenta de cómo tales pensamientos y emociones predisponen mi cuerpo hacia una reacción en la línea varonil típica, la diez mil veces refrendada y reafirmada por los grupos sociales por los que mi vida ha ido transcurriendo, por mil películas vistas, por las lecturas, las redes, los medios, la publicidad, la religión, por mi cultura.

Esta reflexión posterior a la observación, me sugiere que aprenda a vivir con ello, habida cuenta de que la huella de cómo hemos crecido, no se elimina, en todo caso se recicla. El mindfulness puede servir a ello, pues prestar atención, y evitar reaccionar, elimina toxicidad posibilitando respuestas con actitud saludable.  ¡Cuanta reacción inútil y pose absurda…!

Sin reunir las condiciones de maltratador, o rezumado machista, y aún siendo maricón de España (dentro de España, y mucho maricón), he sido educado como todos los demás hombres de mi edad, socializado como tal y, por tanto, con mil novecientas treinta y tres cuestiones tóxicas que modificar en mi modo de entender las relaciones y la vida. Estos rasgos susceptibles de cambio (en el mundo gay o en el cishetero masculino), atraviesan cuestiones tan vitales como la forma de comunicar (escucha activa incluida), a la de comportarme, estar, a la actitud con “c”, las aptitudes con “p”, la consciencia de mis privilegios, mis responsabilidades familiares, las ciudadanas, mi conciencia, mi ética y hasta mi estética.

En realidad es muy sencillo, pues úsese mindfulness, marihuana o el programa de radio “Encarna de noche”, no es característica masculina probar estrategias que activen el centrifugado de las células grises en clave autocrítica, de manera que nos detengamos en observar, desviando la mirada más allá de nuestro ombligo, metidos en la piel y los zapatos del “otro”, para así poder ensanchar nuestra comprensión de eso que llamamos “LA REALIDAD”, y que responde exclusivamente al sesgo de “NUESTRA REALIDAD”.

Me decía una querida amiga, que curra en residencias para mayores como técnica en dependencia (sector precarizado y feminizado donde los haya), que está cansada de ver cómo sus compañeras de trabajo han de hacer una pausa laboral telefónica al objeto de poner orden en la ejecución de las tareas de cuidados de sus parejas varones. Pareciera que, en ausencia de nuestras mujeres, los hombres mostramos poca solvencia a la hora de gestionar determinadas tareas y responsabilidades; razón por la que necesitamos recordatorios, indicaciones, instrucciones, respuestas… Ella afirmaba no haber visto JAMÁS a ninguno de los pocos hombres compañeros de trabajo hacer lo propio con sus parejas mujeres, autosuficientes en el ámbito de los cuidados. Más allá de que sea o no nuestro caso individual, me pregunto: ¿da esto para ser observado y reflexionado por nosotros, los hombres?

En la pacotilla de artículo que escribí el mes pasado, y que espero hayáis leído, (Nueva ola de transversalidad), os lanzaba mis ocurrencias sobre educación, comentando cómo el informe IJE 2020, subraya  que, a pesar de la mayor consciencia igualitaria que existe entre los jóvenes de la generación Z, el avance cronológico de los varones es directamente proporcional a una reducción de las horas dedicadas a las tareas de cuidados, en detrimento del tiempo de nuestras compañeras féminas. ¿¡Es digno de una que otra reflexión por nuestra parte, brothers…!?

Yo llevo en el activismo social toda mi vida, por ello puedo constatar una cara de mujer en quienes  reivindican aquellas causas que mejoran la vida, del derecho a una muerte digna, a la salud pública, pasando por la educación gratuita y desde cero años, la vivienda, la dependencia, los derechos de colectivos minoritarios, la igualdad…, etc. Sin embargo, la cara de quien prioriza la economía por encima de la justicia social, la resistencia de la transición energética, la defensa de los intereses de las grandes corporaciones pisoteando derechos, las barreras a la supresión de los paraísos fiscales, la indulgencia frente a la corrupción, la proliferación de mafias, las guerras, los asesinatos machistas…, ¿La cara de quién veis…?

No lo digo yo, lo dicen las estadísticas relativas a la población reclusa, los hombres no solo lideramos todas estas cuestiones tóxicas, sino que ponemos palos en la rueda que intenta visibilizar la innegable relación que existe entre estos hechos y el género masculino. Parece haber un interés superior que impide que reflexionemos sobre cómo crecemos como hombres, cómo aprendemos a ser, a estar, a entendernos, a penssar, a convivir, a vivir. Por ello el ejercicio de observación y reflexión ha de dividirse en dos planos: uno sobre el daño que nos causa este menfulnismo absurdo, y otro sobre las mil y una estrategias en derredor a nosotros, al objeto de evitar visibilizar y abordar la(s) masculinidad(es)..

Sobre la primera cuestión no quiero aburriros más pues ya he dicho suficiente. Sin embargo, es importante señalar sobre la segunda que la dinámica menfulness se llama en cristiano patriarcado. O sea, sistema de organización social que por su estructura organizativa genera desigualdades porque de lo contrario no podría garantizar los privilegios de una minoría sobre el resto.

Esa es la razón por la que el patriarcado recluta constantemente defensorxs que niegan la mayor, habida cuenta de que necesita venderse como “lo único posible”, “lo inamovible”, “lo verdadero”, “lo blanco sobre lo negro”, “el cielo sobre el infierno”… Razón por la cual demoniza, desacredita y ataca todo lo que se menea en su contra. Especialmente a las brujas cuyo aquelarre feminista y social-comunista pretenda ni tan siquiera mencionar que otro mundo, otras formas, otros enfoques, otras alternativas, otros hombres, son posibles.

¡A las brujas gracias!, este fin de semana se ha abierto en Valencia una ventana de esperanza con el encuentro de algunas mujeres de peso político, en torno al lema “OTRAS POLÍTICAS”. Quizá puedan revertir esta ola de tensiones menfulnistas, catastrofistas, de falsedad y acusaciones gratuitas, de falta de respeto e insultos, de legitimación de las violencias, del todo vale, y de una derecha desnortada y con la testosterona a full. Quizá signifique un nuevo giro que reconquiste un sentir político que vaya más allá de las siglas, y recupere el espacio de centro que inició el 15M, esta vez sí, de la mano de mujeres. Seres mucho más hábiles para observar, mucho más atentas en lo importante, con mayor capacidad para reflexionar, para debatir, para alcanzar consensos, para gestionar emociones, soportar malestares, y en definitiva, para evitar reaccionar, dando no obstante respuestas adecuadas a las necesidades reales de nuestra maltrecha sociedad.

¡Diosas del Olimpo y brujas quemadas en las llamas históricas de la inquisición! Toda vez perdido el Norte la proa menfulnera, ¡os invoco para que las protejáis, y que sean ellas quienes pongan rumbo a una alternativa distinta de país! ¡Y tú, San Cucufato, date atados los huevos con tres nudos marineros! ¡Y calladito! ¡Que ahora toca womenfulness!