EDUCACIÓN EN DIVERSIDAD SEXUAL Y DE GÉNERO

Debido a la subida de bilirrubina que produce la combinación de los conceptos “educación”, “sexualidad”, y “género”, aviso a navegantes de que, digan lo que digan los y las “penes-parentalistas”,  la legislación vigente tanto en materia de protección de derechos de las personas LGBTIQ+, como la de salvaguarda de los derechos del menor, y aquella específica de educación, no solo ampara la intervención educativa en esta materia en todas sus etapas, sino que obliga a ello. La vigente obligatoriedad propia de dicha normativa afecta tanto a los centros públicos como a los concertados, cuya atención según datos del curso 19-20 abarca al 28,39% del alumnado español.

Los y las profesionales al frente del sistema educativo, creado para el desarrollo normativo de dichas leyes y otras que constituyen las mimbres de toda una estructura de formación y educación garante de derechos (no deseos), contamos con la formación y los criterios formales  para el acompañamiento en los procesos evolutivos de nuestros infantes, adolescentes y jóvenes. De ello se desprende que somos responsables de crear y mantener ambientes saludables donde aprender no sea incompatible con disfrutar, y sí lo sea con vivir con miedo o vergüenza. Responsables de generar, por tanto, ecosistemas educativos saludables y libres de toxicidad. Esto, además de la responsabilidad de transmitir conocimiento y práctica a unas personillas humanas en momentos evolutivos complicados y en contextos de crisis económicas, climatológicas, pandémicas e ideológicas, cuyas constantes tensiones contaminan el contexto laboral. 

Si entendemos pues, que entre nuestras funciones profesionales está (re)presentar principios, reforzar unos valores y combatir otros, asentar conductas saludables y contribuir a corregir otras distorsionadas, nadamos contra corriente en la medida en que el batiburrillo de opiniones, sobre lo que debemos o no debemos hacer en nuestro trabajo, añade confusión y tensión que no necesitamos. Ya ha llegado la hora de que se nos reconozca suficiente crédito, y respeto, como para que no seamos las únicas voces que acallen a las “mentes privilegiadas” que de todo saben, pero de nada entienden.

Mencionados los procesos evolutivos y de socialización característicos de nuestro público menor y joven, y las complejidades del contexto en el que se desarrolla y crece, quisiera recordar que la mayoría de las fuentes de información, conocimiento y experiencia de las que se nutre (familia, amistades, barrio, amores, lecturas, redes, tv, etc.) son ajenos al personal docente. Sin embargo, nadie duda de nuestro papel profesional a jugar en la construcción (y deconstrucción) de vidas humanas. Hasta donde yo sé, vidas que, desde la edad 0, se viven  a través de lo que tenemos y sentimos: nuestros cuerpos sexuados, nuestros cerebros pensantes e inteligentes, y nuestras emociones y sentimientos. Debidamente cruzados y atravesados unos a otros estos elementos, se constituye una trinidad llamada SER HUMANO, milagro cuya potencialidad, en aras de una salud integral tanto individual, como colectiva, hemos de conseguir optimizar a través de la educación. 

Este triángulo holístico formado por el cuerpo, la mente y las emociones está presente en la dicotomía del sexo-género, y por ende la sexualidad. Trío nada divino, aunque constitutivo de un espíritu muy humano, que presenta no pocos vericuetos en etapas de crecimiento en que la plasticidad cerebral primero, y la testosterona y estrógenos después, funden ideas materializando patrones conductuales con los que tendemos a interactuar el resto de nuestras vidas. ¿Tendrá que existir una atención profesional que ponga luz, acompañe y oriente? ¿Tendrá dicha labor que estar en línea con la ciencia (a ser posible la del siglo XXI…)? ¿Tendremos que organizarnos y prepararnos para enfrentarnos al humo moralista, religioso  e ideológico que en esta materia levanta tanto experto de pacotilla y progenitores empoderados?

A pesar de lo natural de la diversidad sexual y de género en el humano, hemos de entender que en este tema venimos del vade retro satana medievalista. Allende los mares y los tiempos, las personas LGBTIQ+ hemos sido rechazadas, excluidas, estigmatizadas y hasta perseguidas por “mundo-cenutrio”, presente siempre en la historia de la humanidad. Puesto que “somos de donde venimos”, hoy, ellos, ellas, y quienes en esos mares pescan votos en el ora pronobis del odio, sin detenerse en los errores de las efervescencias macho-ibéricas del pasado (y las del presente), aprovechan el viento ideológico en popa (y mira que, según ellos, “en el culo ni el bigote una gamba”), para intentar levantar una barrera educativa que, poco a poco, aspira a convertirse en muro. 

Por si la ignorancia y la ignominia de tanto irresponsable no fuera poca cosa, la visión de los feminismos esencialistas pone palos a la rueda de la evolución en materia de sexualidad y género. Lo hemos visto con los enfrentamientos intelectuales y sociales en la tramitación de la conocida como “ley trans”. Lo estamos viviendo con la tramitación de la conocida ley del “solo sí es sí” que, a mi juicio, contribuye a una visión paternalista de la sexualidad femenina, victimizando a la mujer, y apostando, una vez más, por el punitivismo dirigido a un colectivo, el de las prostitutas, de nuevo históricamente marginado, excluido y estigmatizado.

La polarización y el miedo parecen hacer mella en enfoques que otorgan a la diversidad sexual y de género, así como a la interseccionalidad, el lugar y valor psico-social que se merecen. ¡ Corren malos tiempos para los enfoques complejos, participados y flexibles!

Desde el consenso o el disenso, la convivencia en los centros educativos exige tratar estos temas, para lo cual incluyo a continuación las características que, desde mi experiencia de pacotilla en la creación y gestión de grupos LGBTIQ+ en un centro educativo de secundaria, creo han de acompañar a los proyectos de centro y proyectos educativos subyacentes:

  • PROACTIVIDAD que permita responder creando estructura interna. No podemos limitar nuestra actuación a las situaciones de acoso o similares.

  • VISIBILIDAD del hecho LGBTIQ+ en los claustros que permita generar referentes saludables, más allá de los estereotipos. No es posible que los y las profesionales de la educación sigamos ENCLAUSTRADOS en los armarios, escondidos tras el falso argumento de “privacidad”. Por honor a la verdad, llamémosle “comodidad”.

  • EMPODERAR, según destaca Richard Gerber en su más que aconsejable ensayo Crear hoy las escuelas del mañana, que subraya la importancia de conectar en educación, a pesar de las dificultades lógicas de tipo intergeneracional.

  • PARTICIPACIÓN suficiente para fomentar la práctica del concepto “comunidad educativa”, donde alumnado, AMPAS, claustro, coordinaciones de proyectos, equipo directivo y consejo escolar remen juntas en la misma dirección. 

  • APOYOS abriendo ventanas y puertas al tejido asociativo y al barrio, dejando entrar otras visiones y experiencias, y salir cultura y educación; sin delegar en el tallerismo de efemérides la responsabilidad de la educación en diversidad(es).

  • FORMACIÓN específica en educación hacia la diversidad sexual y de género, sexualidad con enfoque saludable e integral y otros modelos de masculinidades para todas las etapas educativas, incluida la educación de 0 a 6.

  • La ACTITUD es el paraguas bajo el cual convive la responsabilidad, la motivación, el compromiso, la constancia, el esfuerzo y la superación. Quien no se equivoca nunca, es quien menos hace. 

Los grupos o aulas LGBTIQ+ reúnen estas características. Constituyen una estrategia educativa ideal para los institutos de secundaria y universidades. Allí donde se ponen en marcha, demuestran  su capacidad para catalizar la coherencia, la valentía, la empatía y la solidaridad (visión de comunidad); su fuerza para generar espacios libres de toxicidad patriarcal; su complicidad para con los planes de igualdad, ensanchando el sujeto feminista también a los hombres; y sus afinidades con otros grupos diversos y minoritarios, como aquel de la diversidad funcional y el de interculturalidad. Con su presencia, colocan a la diferencia en el lugar que se merece, atribuyéndole valor, entendiéndola como una oportunidad y presentándonos el hecho de la interseccionalidad. Genera dinámicas educativas saludables, como el trabajo en equipo y colaborativo, la puesta en práctica de metodologías que ponen en pie la participación y la horizontalidad activando competencias sociales útiles, como la mediación y la resolución de conflictos.

Insisto en la virtud de este tipo de iniciativas para evidenciar lo necesario que es el trabajo en educación sobre los MODELOS SALUDABLES DE MASCULINIDAD. En este sentido, las Aulas LGTBIQ+ visibilizan la precariedad con que crecemos los niños, adolescentes, jóvenes y adultos, empujados por las demandas hegemónicas de género que nos alejan de lo femenino, como modo de reforzar lo masculino. Aplaudido refuerzo que presenta una perentoria manera de habitar la masculinidad con graves consecuencias para nosotros, pero, sobre todo, para nuestras compañeras de viaje.

Sin duda un reto exigente el de generar espacios LGBTIQ+ libres de odio en institutos y universidades. Una estrategia educativa que ha de partir de los diagnósticos contextuales y grupales que a cada cual le toquen, planteando objetivos ambiciosos a alcanzar con metodologías mixtas, y sin olvidar la evaluación que permita aprender a aprender. ¡Y lo dicho! Todo ello, enfrentándonos con calma y buen talante al sinfín de dificultades propias del camino, pero también poniendo un tajante fin a las voces que pretendan pararnos. Ya lo dijo el Quijote: “…ladran Sancho, luego cabalgamos…”.